«Quiero ir a un lugar tranquilo, salir a la calle sin que me roben o maten»

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

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Gabriela Domínguez, que vive en Argentina, narra su deseo de vivir en Galicia. Su bisabuelo era de Fisterra, de donde emigró entre 1905 y 1910

23 ene 2024 . Actualizado a las 21:50 h.

María Gabriela Domínguez Bautista, con 49 años y dos hijas de 21 y 14 años, vive en Tandil, una ciudad de 170.000 habitantes de la provincia de Buenos Aires, en Argentina, a unos 350 kilómetros al sur de la capital. Es una de las bisnietas de Manuel Domínguez Trillo, un fisterrán nacido el 7 de julio de 1891 que emigró a Buenos Aires hace más de un siglo, entre 1905 y 1910. Ella quiere emprender el mismo camino, pero al revés. Y los motivos son los mismos: «Buscar allá lo que ellos encontraron aquí: trabajo, educación, una vida mejor».

Entra aquella ida y la que ella ansía ahora hay muchas y largas historias pasadas. La suya tiene un presente que María Gabriela define con una angustiosa claridad, al que poco se puede añadir: «La situación aquí apremia, está muy complicada para ser franca. El tema de los papeles es lo que más me ha frenado, pero he de irme para allí de una manera u otra porque quiero vivir en un lugar tranquilo, donde pueda trabajar, donde pueda salir a la calle sin que me roben o me maten, donde mis hijas puedan estudiar, donde podamos tener proyectos. Aquí hasta los sueños nos han quitado, con la inflación no se puede proyectar nada, todo es a corto plazo y después vamos viendo, horrible. Es un país hermoso, pero las cosas solo empeoran para los habitantes comunes y corrientes».

G. DOMÍNGUEZ

Gabriela es escritora, y se nota. También psicoeducadora en salud mental, y catequista. Explica que además le gusta investigar sobre religiones, sobre costumbres, idiomas. Viajar, conocer gente. Fue hace dos años cuando decidió que quería vivir en Galicia, y ahí entró la conexión su pasado no tan remoto, el de su bisabuelo (uno de ellos). El de Fisterra. «Su recuerdo está muy presente desde hace un par de años, al decidir emigrar a su patria junto con mis hijas. La situación en Argentina es cada día un poco menos esperanzadora y las oportunidades de crecimiento, educación, trabajo y salud van desapareciendo», señala.

En su condición de bisnieta no puede acceder a la ciudadanía española, lo que «limita muchísimo» las posibilidades de establecerse aquí. Eso no la desanimó: «El buscar los papeles, su partida de nacimiento, escuchar historias sobre él... Me ha conectado con su pueblo, con su tierra. Y siento que también conecté con sus sentimientos, salvando tiempos y distancias, ese niño-adolescente que llegó a Buenos Aires solo, en un barco buscando comer y trabajar, debe haber estado muerto de miedo, triste, con ganas de volver y, al mismo tiempo, con la esperanza de salir adelante y de vivir una vida mejor. Por suerte, por su propio esfuerzo o por la ayuda de Dios (o por la combinación de las tres) logró trabajar, formar una familia hermosa junto a una asturiana con quien tuvo seis hijos, más de diez nietos, y más de 20 bisnietos». Como si los hilos que se entrelazan en varias generaciones cobrasen vida: «El miedo, la incertidumbre y la tristeza de emigrar es lo que comparto con él, y aunque todavía no me he ido físicamente lo he hecho con la mente, he tomado la decisión de buscar un futuro mejor para mí y sobre todo para mis hijas lejos de mi país, y es difícil. Hoy con tecnología, con la globalización, con aviones sigue siendo igual de difícil».   

Las biografías

Manuel Domínguez, por cierto, vivió en el barrio de Barracas durante sus primeros años, hasta que se casó con Engracia Santos, nacida en Villaviciosa, Asturias. Se mudaron a Avellaneda y tuvieron seis hijos. Manuel trabajó en una curtiduría, y más tarde en la cámara frigorífica municipal, que fue donde se jubiló como capataz, tras haber empezado como peón. Nunca regresó a España y tuvo que renunciar a su nacionalidad para ser argentino. Murió en Buenos Aires en octubre de 1974.

Otro bisabuelo también era gallego: Enrique Pérez Álvarez, nacido en 1880 en Quintela de Leirado, Ourense. Llegó a Buenos Aires en 1904, a un mes de ser ordenado sacerdote (como su hermano Telesforo, que ya lo era). Explica Gabriela que trabajó para el Ferrocarril Roca como jefe en distintas estaciones. Se casó con una argentina, Joaquina San Román, y tuvieron nueve hijos. En 1933 volvieron todos a Ourense y en 1936, al comienzo de la guerra civil, salvaron sus vidas gracias a que su hermano sacerdote les dio refugio, y pudieron salir de España por Portugal con ayuda del consulado argentino. Tomaron un barco en Lisboa y volvieron a Buenos Aires, al barrio de Don Bosco. Tras la guerra volvió a su tierra, «porque tenía mucha familia y porque nunca dejó de extrañar su patria». Murió en Buenos Aires en 1961.

Historias de ida y vuelta.